lunes, 3 de diciembre de 2012

Prisioneros de Esperanza - Zacarías 9:12

“Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anuncio que os restauraré el doble.”

“¡Vuelvan, pues, a la fortaleza, prisioneros de esperanza! En este preciso día yo les hago saber que les devolveré el doble de lo que perdieron.” (RV Contemporánea)

“¡Oh, cautivos esperanzados, volved a la plaza fuerte! Hoy te envío un segundo mensajero.” (Biblia Textual)

“Regresen a la ciudad fortificada, cautivos esperanzados; hoy te envío un segundo mensajero.

Adviento es una palabra con raíces latinas que significa “venida”. Los primeros cristianos hablaban del “el adviento de nuestro Señor” para referirse a la encarnación de Dios en Jesús de Nazaret. También hablaban de “su segundo adviento” para hablar de la segunda venida de Jesús. Hacia fines del siglo cuarto (IV) comenzó en algunas iglesias la práctica de llamar “adviento” al período previo a la Navidad. En el mismo los cristianos se preparaban para la celebración del Nacimiento de Jesús. El adviento comenzaba con un periodo de ayuno y los sermones se centraban en la maravilla de la encarnación.

Siguiendo esta práctica de la iglesia celebramos periodo y lo hacemos afirmando que adviento es tiempo de esperanza.

Por definición, esperanza es tener la expectativa de algo que todavía no ha ocurrido. Es la expectativa confianza, particularmente en relación con el cumplimiento de las promesas de Dios. La esperanza en términos bíblicos es la anticipación de un resultado favorable bajo la guía de Dios. Es la confianza en lo que Dios hizo por nosotros en el pasado garantiza nuestra participación en lo que hará en el futuro. Esto contrasta con la definición secular de esperanza que dice que es “el sentimiento de que lo que uno ansia se cumplirá.”

Dios es la base y el objeto de la esperanza. La esperanza en Dios se genera por los poderosos hechos divinos en la historia. Estos hechos proveían una base firme para la confianza del pueblo en el propósito permanente de Dios para con ellos. Incluso cuando Israel era infiel, la esperanza no se perdía. Gracias a la fidelidad y la misericordia de Dios, o que se volvían a Él, podían contar con su ayuda, que incluía perdón así como liberación de manos del enemigo. Por eso el profeta Jeremías puede llamar a Dios “la esperanza de Israel, su Salvador en tiempo de aflicción (14:8).”

Poner la esperanza en Dios en negarse a colocarla en el orden creado. Éste es débil, transitorio y factible de fracaso. Por eso es inútil depositar la esperanza en las riquezas, en las casas (las propiedades), los príncipes, los imperios, los ejércitos o incluso en el templo de Jerusalén. Dios, y sólo Dios es una roca inconmovible, y refugio y fortaleza que provee seguridad total.
Un aspecto significativo de la esperanza en el Antiguo Testamento era la expectativa de Israel de la llegada de un Mesías, es decir, un soberano ungido de la descendencia de David. Esta expectativa se basaba en la promesa de que Dios establecería el trono de David para siempre. El Mesías sería el agente de Dios para restaurar la gloria de Israel y gobernar las naciones en paz y justicia. Los sucesores de David en su mayoría habían sido decepcionantes. El rumbo de la nación distaba mucho de ser el ideal. Por eso, el pueblo esperaba que en el futuro un descendiente davídico que cumpliera la promesa divina.

Esa es la expectativa que rodea el nacimiento de Jesús: la esperanza mesiánica.

Durante miles de años, Dios solo nos dio su voz. Antes de Belén, nos dio (y habló por medio de) sus mensajeros, sus maestros y sus palabras. Pero en el pesebre se dio a sí mismo.

Esperanza es celebrar el magno descenso de Dios. Su naturaleza divina no lo dejó atrapado en el cielo, sino que lo condujo a la tierra. En las buenas nuevas de Dios, Él no solo envía, sino que se convierte; no solo nos observa desde lo alto, sino que vive entre nosotros; no solo nos habla, sino que habita con nosotros como uno más. (Max Lucado, 21 de noviembre).

Adviento es:
1. Celebrar al Dios que viene. No es el Dios que ha venido (pasado) o que vendrá (futuro). Es el Dios que está en el siempre presente, en una acción que se realiza siempre: está ocurriendo y ocurre ahora. El Adviento nos invita a tomar conciencia de esta verdad y actuar en forma coherente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses: Despierta y recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. No es un Dios que está en el cielo desinteresado de nosotros y de nuestra historia, es el Dios que viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros, que desea encontrarse con nosotros, visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad. Dios viene a salvarnos.

2. Espera y esperanza. Dice el jíbaro de nuestro país: “El que espera se desespera.” Adviento es espera, una espera que al mismo tiempo es esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como el “kairos”, la ocasión propia para nuestra salvación. En la vida estamos en constante espera. Cuando se es niño o niña se espera por el crecimiento; cuando se adulto se espera por la realización y el éxito; cuando se es de edad avanzada aspiramos al merecido descanso. Llega el momento es que descubrimos que hemos esperado demasiado. Entonces decimos: la vida es vanidad. Es cierto, la vida sin Dios es vanidad.

Hoy vamos a detenernos, en nuestros corazones demos la bienvenida a la Navidad, a la esperanza. Afirmemos las palabras de Zofar a Job:

>“Tendrás confianza, porque hay esperanza. Mirarás alrededor, y dormirás seguro. Te acostarás y no habrá quien te espante..” (Job 11:18, 19)

Acerquémonos a este tiempo con las palabras de Isaías como estandarte:

“pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán.” (Is. 40:31).

Escuchemos la voz de Dios que nos dice tiernamente:

“Yo sé los planes que tengo para ustedes, dice el Señor. Son planes para lo bueno, para darles un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11, Nueva Traducción Viviente).

Prisioneros de la desesperanza: NO. Prisioneros del temor: NO. Prisioneros de la ansiedad: NO. Prisioneros del desánimo: NO. Prisioneros de la tensión: NO. Prisioneros de esperanza: SI. (Zacarías 9:12).

Como dice el jíbaro de nuestro país: Lo último que se pierde es la esperanza.


sábado, 17 de noviembre de 2012

El Perdón en la Familia

Desde el punto de vista humano, José tenía muchas razones para no perdonar a sus hermanos. A pesar de que en su inocencia de niño y adolescente, les contó los sueños que tenía, fue orgulloso e inmaduro. No obstante, sus hermanos reaccionaron “aborreciéndole” (Gén. 37:4, 5, 8); le tuvieron envidia (Gén. 37:11), conspiraron contra él para matarle (Gén. 37:18), se burlaron de sus sueños (Gén. 37:20) y lo vendieron a unos ismaelitas (Gén. 37:28).

A pesar de esto, su historia destaca el hecho de que “Jehová estaba con él” dondequiera que él estaba y en todo lo que hacía (Gén. 39:2-6). En casa de Potifar, la integridad de José fue probada como el oro: por el fuego. José venció la tentación (Gén. 39:7-12) a pesar de que el costo fue la cárcel. Allí “Jehová estaba con José” (Gén. 39:21-23). No importa el lugar por dónde Dios nos lleve, debemos asegurarnos de que Él esté con nosotros.

En la cárcel, José conoce al copero y al panadero del rey de Egipto (Gén. 40). Allí José les interpreta unos sueños que habían tenido y les declara su futuro. El sueño del panadero implicaba que lo iban a ahorcar y el del copero que iba a regresar a trabajar con Faraón. José le pide al copero que cuando esté en la corte de Faraón se acuerde de él, pero el copero se olvidó de él (Gén. 40.23). La realidad es que el copero lo olvidó hasta que Faraón tuvo su sueño y necesitó de alguien que lo interpretara. El copero recordó a José y se lo recomendó a Faraón. Así llegó José a ser Gobernador de Egipto y se comenzaron a cumplir sus sueños (Gén. 41:37-57).

La historia de los capítulos 42 al 44 de Génesis relata el encuentro de los hermanos de José con él. José no se identificó inmediatamente con ellos como su hermano. Los hizo pasar por varias pruebas hasta que no pudo contenerse delante de todos los que estaban al lado suyo…y se dio a conocer a sus hermanos (Gén. 45:1). Fue un momento lleno de gritos y lágrimas. Los hermanos de José se turbaron, pues no entendían lo que estaba pasando. José no había olvidado quien él era: “Yo soy José, vuestro hermano” (Gén. 45:4). Tampoco había olvidado su pasado: “el que vendisteis para Egipto” (Gén. 45:4). Pero había cambiado su perspectiva de la vida, gracias al PERDÓN: “…no os entristezcáis, ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Gén. 45.5). Es asombroso lo que el PERDÓN puede lograr en nuestras vidas cuando permitimos que opere en ellas. José les está diciendo: “No se sientan tristes por haberme vendido a los ismaelitas unos años atrás, todo lo que ocurrió es que Dios quiso que yo me les adelantara para preservar su vida frente a la escasez de alimento que iba a haber en la tierra.” EL PERDÓN OCURRIÓ.

El Dr. Ismael López (ya con el Señor) comparte los pasos que deben ocurrir en el proceso del PERDÓN:

1. El primer paso es la aceptación de que la persona está herida acompañado del nacimiento de un profundo deseo de cambio. Muchas veces nuestro orgullo nos impide esta aceptación. No queremos que las cosas cambien.
2. El segundo paso es la sincera expresión y manifestación de los sentimientos ocultos, acompañados por cierto nivel de llanto o lágrimas.
3. El tercer paso es el reemplazo de los sentimientos negativos por sentimientos positivos. El coraje y la ira comienzan a dar paso al cariño y al amor.
4. En el cuarto paso la persona se abre completamente al deseo de perdonar y ser perdonado hasta que éste queda debidamente concretado; el perdón se hace realidad en la vida del individuo. (Ismael López, Consejería del Perdón, 69-70).

Finalmente ocurre una transformación que nos convierte en victoriosos y triunfadores. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). El poder para ser transformados está en la ayuda de Dios a través del Espíritu Santo acompañado de nuestra capacidad para decidir si ejercemos el poder de víctima o el poder del triunfador. Recordemos que siempre el que gana no es el que hiere sino el que PERDONA.

lunes, 2 de enero de 2012

Reflexión Pastoral - Enero, 2012

REFLEXIÓN PASTORAL – ENERO, 2012

A DIOS LE GUSTAN LAS COSAS NUEVAS. Dios es el Dios de la novedad.

Jesús, el hijo de Dios, respondiendo a una pregunta de los discípulos de Juan y de los fariseos, les dijo: “Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino nuevo se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar” (San Marcos 2.22). La Versión de Lenguaje Actual traduce el mismo verso: “Tampoco se echa vino nuevo en recipientes de cuero viejo; porque al fermentar el vino nuevo hace que el cuero viejo se reviente. Así el vino nuevo se pierde, y los recipientes también. Por eso hay que echar vino nuevo en recipientes nuevos.”

Jesús les enseña a sus discípulos una verdad que tú y yo necesitamos para comenzar el año 2012.

Los odres eran recipientes de cuero, vasijas de cuero de animales, donde en tiempos del Nuevo Testamento se depositaba normalmente el aceite, el agua y el vino nuevo. Evidentemente los odres, cuando pasaba el tiempo, se endurecían y cuando se les echaba vino nuevo, el cual era el vino muy fermentado se temía que el odre se rompiese y se perdiese el vino nuevo. Para la mente agrícola de la audiencia era fácil entender la reacción del cuero viejo al vino nuevo. El problema de los odres viejos era que perdían la elasticidad y la capacidad de sostener lo nuevo.

En palabras muy “finas” Jesús está diciendo que los fariseos eran como odres viejos, estaban endurecidos, y no estaban preparados para recibir las buenas noticias, no estaban preparados para recibir lo bueno de Dios, creían que la revelación que habían recibido del Antiguo Testamento, era todo lo que necesitaban saber. MUCHAS VECES NOSOTROS ESTAMOS COMO ELLOS.

Jesús dijo: “Por eso hay que echar el vino nuevo en recipientes nuevos.” En otras palabras: No podemos comenzar el año nuevo con el odre del año viejo. El odre nuevo tiene la capacidad de expandirse, de estirarse. En el 2012 Dios quiere que tengamos un espíritu flexible. El tiene a tu disposición VINO NUEVO. Nuevas bendiciones, nuevas experiencias, nuevas fuerzas, nuevos sueños, nuevas metas, DIOS HA RESERVADO MUCHAS BENDICIONES NUEVAS PARA TU VIDA. A DIOS LE GUSTAN LAS COSAS NUEVAS.

El vino nuevo es la gloria que fluye del corazón de Dios; es la vida de Cristo, que viene para liberar, para transformar, para sanar, para traer vida abundante, para hacer algo nuevo en ti; es el mover del Espíritu Santo que viene a cambiar tu familia, cambiar tu trabajo y revolucionar tu vida. El vino nuevo es el toque final que necesitas para levantarte y ser de bendición a las personas que te rodean (familia, vecinos, amigos, hermanos en la fe). Es el vino nuevo el que te va a prosperar, el vino nuevo el que va a liberarte de cadenas de maldición y de las ataduras del pasado.

Lo que pasó en el año 2011 no puedes darle marcha atrás. A DIOS LE GUSTAN LAS COSAS NUEVAS. Dios te concede un nuevo año. Dios no quiere que ni el vino ni el odre se echen a perder. No puedes perder las COSAS NUEVAS que Dios ha separado para ti en el NUEVO AÑO. ECHA A UN LADO EL ODRE VIEJO DE LOS RECUERDOS TRISTES Y NEGATIVOS Y DE LAS MALAS EXPERIENCIAS VIVIDAS.

Levántate, cobra ánimo. Vístete bien, arréglate, úntate un perfume agradable (si no eres alérgico), reúnete en una iglesia, canta, adora, llora, ríe, abraza y SOBRETODO VIVE UNA VIDA CONECTADA CON DIOS, EN RELACIÓN CON DIOS.

EL AÑO 2012 ES AÑO DE VINO NUEVO, Y EL VINO NUEVO SE ECHA EN ODRES NUEVOS. Prepara tu odre nuevo, que lo que Dios tiene para ti es NUEVO. A DIOS LE GUSTAN LAS COSAS NUEVAS.